La filosofía divina de Baruch de Spinoza
No hay mayor amenaza para la condición humana que La condición humana tiene que rechazar y atacar cualquier |
La idea de Dios, de quien surgen cosas infinitas en modos infinitos puede ser tan solo una.
El intelecto infinito no entiende nada salvo los atributos y modificaciones de Dios. Dios es uno. Por lo tanto la idea de Dios de donde surgen cosas infinitas en modos infinitos es solamente una.
Dios actúa únicamente de acuerdo a sus propias leyes, y nada se le impone.
El que cosas infinitas resulten de la mera necesidad de una naturaleza divina, o lo que es lo mismo, por las meras leyes de naturaleza divina, esto nos ha demostrado que nada puede ser concebido separado de Dios, y que todo existe en Dios. Por lo tanto, nada fuera de Dios puede existir que pudiera hacer que Él se sienta atado u obligado en sus acciones; por lo tanto, Dios actúa únicamente de acuerdo a las leyes de su naturaleza y nada se le impone.
La mente humana no puede percibir la existencia de un cuerpo externo a menos que sea por medio de ideas sobre modificaciones de su propio cuerpo.
Puede que la mente humana se imagine un cuerpo externo, mas no tiene un conocimiento adecuado de éste. Cuando la mente humana observa cuerpos externos por medio de ideas relacionadas a modificaciones en su cuerpo, decimos que está imaginando; tampoco la mente humana puede de manera alguna imaginar la existencia de cuerpos externos. Por lo tanto, en la medida en que la mente humana se imagina cuerpos externos, no tiene un conocimiento adecuado de estos, y de hecho, no existe excepto en una condición de su propia corporalidad la cual es inadecuada e inexistente.
Las ideas son verdaderas en la medida en que hacen referencia a Dios.
Ahora, todas las ideas en Dios deben estar de acuerdo a sus ideales, por lo tanto, son verdaderas. La verdad es verdad y nada más lo es.
Toda idea que tengamos que sea absoluta, adecuada o perfecta es verdad.
Cuando decimos que se nos ha concedido una idea adecuada y perfecta, no decimos otra cosa que se ha concedido en Dios una idea adecuada y perfecta en la medida en que constituye la esencia de nuestra mente, y consecuentemente no decimos otra cosa sino que esa idea es verdadera.
Si los hombres nacieran libres, mientras fuesen libres no le darían forma a una concepción de lo bueno y lo malo.
Yo diría que aquel que se deja llevar solamente por la razón es libre. Entonces, aquel que nace libre y permanece libre tiene únicamente ideas adecuadas, y por lo tanto no puede concebir ni la maldad ni la bondad (ya que la maldad y la bondad se correlacionan). La mente infinita de Dios es la razón para su libertad.
Aquél que se deja llevar por el miedo para hacer el bien con la intención de evitar la maldad, no está siendo dirigido por la razón.
Todas las emociones que hacen referencia a la mente y su actividad, esto es, que hacen una referencia a la razón, no son otra cosa que emociones de placer y deseo. Y por lo tanto aquel que se dejar llevar por el miedo para hacer el bien con la intención de evitar la maldad no está siendo dirigido por la razón.
La esencia de las cosas engendradas por Dios no involucra una existencia.
Porque aquello cuya propia naturaleza involucra una existencia en su causa, existe meramente por la necesidad de su propia naturaleza. De esto se sigue que Dios no es tan solo la Causa que hace que todas las cosas existan, sino que también hace que las cosas continúen existiendo. Dios es la causa del ser (causa essendi) de las cosas. Porque ya sea que las cosas existan o no, cuando consideramos su esencia, nos damos cuenta que no involucran ni existencia ni duración; y su esencia no puede ser la causa ni de su existencia ni de su duración, sino solamente Dios, quien es el único al que pertenece la naturaleza de la existencia.
Toda filosofía religiosa debe ser considerada una “herejía” si no incluye la continua necesidad de la participación del ser humano en su propia salvación. La negación y rechazo de todo lo establecido y la renuncia del ser como requisito para la paz eterna y la felicidad van siempre a confrontar la relación del ser humano con el amor y la muerte. En efecto, esto inevitablemente se va a denominar blasfemia en la llamada comunidad religiosa. En una sociedad temporal, esto es impugnado como algo no práctico y como una amenaza peligrosa al orden social.
El iluminado filósofo Benedict Baruch de Spinosa nació en Austria el 24 de noviembre de 1632. La lucidez incomparable de su razonamiento espiritual representó tal amenaza para la sociedad que a los 24 años le tocó vivir la experiencia de ser excomulgado por la comunidad judía. Luego se convirtió al cristianismo pero no por mucho tiempo. La comunidad cristiana lo condenó y lo excomulgó prontamente.
La Excomunión de Baruch Spinoza
Ante el juicio de los ángeles junto al de los santos, hemos decidido excomulgar, expulsar y condenar a Baruch de Espinoza con el consentimiento de Dios, quien sea bendito, y con el consentimiento de toda la santa congregación, ante las sagradas escrituras incluyendo los 613 preceptos de éstas, la excomunión en la que Josué rechazó Jericó, la condenación de Eliseo de los jóvenes, con toda la maldición adscrita por la ley. Condenado sea de día y de noche, al acostarse, al levantarse, al salir, y al entrar. El Señor no lo perdonará, su rabia y su ira tronarán contra este hombre y le proveerá todas las maldiciones descritas en el Libro de la Ley, el Señor destruirá su nombre bajo el cielo, y lo separará y dejará desamparado de las tribus de Israel con todas las maldiciones del firmamento, según descritas en el Libro de la ley. Pero aquellos que se adhieran al Señor Dios tendrán vida en este día. Ordenamos que nadie se comunique con él oralmente ni por escrito, que no le hagan favor alguno, que no duerman bajo su mismo techo, que mantengan distancia de él y que no lean nada compuesto o escrito por él.
“Lo rechazamos, hermano Baruch. Usted se niega a reconocer la realidad de la condición humana, la necesidad de esforzarse y luchar como algo causado por el Dios que nos creó”.
Lo más que teme la mente conceptual humana es la absolutamente razonable e inevitable conclusión a la que le toca llegar en su proceso de razonamiento: que el asunto de la identidad tan solo se puede resolver considerándose uno mismo como parte de la mente eternamente creadora.
La mayor y en última instancia amenaza única al establecimiento condicional y objetivo humano es el ser susceptible a una Mente universal singular eternamente creadora a la que pertenece por completo.
Hay mucho desgarramiento de vestiduras y rechinamiento de dientes con respecto a la sencilla y razonable posibilidad de que “si la vida es eterna, la muerte es imposible”.
La evidente admisión de que no exista transigencia posible en este axioma de la verdad es totalmente intolerable para la existencia humana.
El ser humano se horroriza ante el pensamiento de ser parte de la mente eternamente amorosa creadora de Dios. No habría razón alguna para la lucha por la existencia o necesidad alguna de probar su realidad por medio de su propia aniquilación.