El recuerdo del presente
Desde la quietud de tu interior, ve en el milagro una lección en cómo permitir que la Causa tenga Sus Propios efectos y en no hacer nada que pueda interferir.
El milagro llega silenciosamente a la mente que se detiene por un instante y se sumerge en la quietud. Se extiende dulcemente desde ese momento de quietud, y desde la mente a la que en dicha quietud sanó, hasta otras mentes para que compartan su quietud. Y éstas se unirán en su cometido de no hacer nada que impida el retorno de la radiante extensión del milagro a la Mente que dio origen a todas las mentes. Puesto que el milagro nació como resultado de un acto de compartir, no puede haber ninguna pausa en el tiempo que pueda hacer que el milagro se demore en llegar cuanto antes a las mentes perturbadas, para brindarles un momento de quietud en el que el recuerdo de Dios pueda retornar a ellas. Lo que creían recordar se acalla ahora, y lo que ha venido a ocupar su lugar no se olvidará completamente después.
Aquel a Quien dedicas parte de tu tiempo te da las gracias por cada instante de silencio que le ofreces. Pues en cada uno de esos instantes se le permite al recuerdo de Dios ofrecer todos sus tesoros al Hijo de Dios, que es para quien se han conservado. ¡Cuán gustosamente se los ofrece el Espíritu Santo a aquel para quien le fueron dados! Y Su Creador comparte Su agradecimiento porque a Él no se le puede privar de Sus Efectos. El instante de silencio que Su Hijo acepta le da la bienvenida a la eternidad así como a Él, permitiéndoles a Ambos entrar donde es Su deseo morar. Pues en ese instante el Hijo de Dios no hace nada que le pueda producir temor.
¡Cuán rápidamente aflora el recuerdo de Dios en la mente que no tiene ningún temor que la mantenga alejada de dicho recuerdo! Lo que dicha mente había estado recordando desaparece. Ya no hay pasado que con su imagen tenebrosa impida el feliz despertar de la mente a la paz presente. Las trompetas de la eternidad resuenan por toda la quietud, mas no la perturban. Y lo que ahora se recuerda es la Causa, no el miedo, el cual se inventó con vistas a anular aquella y a mantenerla en el olvido. La quietud habla con suaves murmullos de amor que el Hijo de Dios recuerda de antaño, antes de que su propio recuerdo se interpusiese entre el presente y el pasado, para hacerlos inaudibles...
... ¿Qué se ha perdido por dejar de ver lo que carece de causa? ¿Y dónde está el sacrificio, una vez que el recuerdo de Dios ha venido a ocupar el lugar que antes ocupaba la pérdida? ¿Qué mejor modo hay de cerrar la diminuta brecha entre las ilusiones y la realidad, que dejar que el recuerdo de Dios fluya a través suyo, y la convierta en un puente en el que sólo un instante es suficiente para transponerla? Pues Dios la ha cerrado Consigo Mismo. Su recuerdo no ha desaparecido, ni ha dejado al Hijo encallado para siempre en una costa desde donde puede divisar otra a la que nunca podrá llegar. Su Padre ha dispuesto que él sea elevado y llevado dulcemente hasta ella. Él ha construido el puente, y es Él Quien transportará a Su Hijo a través de él. No temas que Él vaya a dejar de hacer lo que es Su Voluntad, ni que vayas a ser excluido de lo que Ésta dispone para ti.
Cap 28, Secc 1