De cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios.
Alcanzar la compleción es la función del Hijo de Dios. Sin embargo, no tiene necesidad de buscarla.
Lo que Dios no conoce no existe. Y lo que Él conoce existe para siempre y es inmutable. Pues los pensamientos duran tanto como la mente que los pensó. Y la Mente de Dios no tiene fin, ni puede haber un instante en que Sus Pensamientos puedan estar ausentes o cambiar. Los pensamientos ni nacen ni mueren. Comparten los atributos de su creador, y no tienen una vida separada aparte de la de él. Tus pensamientos están en tu mente, tal como tú estás en la Mente que te concibió. Por lo tanto, no hay partes separadas en lo que existe dentro de la Mente de Dios. Su Mente es por siempre una, y está eternamente unida y en paz.
Los pensamientos parecen ir y venir. Sin embargo, lo único que esto significa es que algunas veces eres consciente de ellos y otras no. Un pensamiento del que te has olvidado parece nacer de nuevo en ti cuando retorna a tu conciencia. Mas no murió cuando lo olvidaste. Siempre estuvo ahí, sin embargo, no eras consciente de él. El Pensamiento que Dios abriga de ti no se ha visto afectado en modo alguno por tu olvido. Siempre será exactamente como era antes de que te olvidaras de él, como seguirá siendo cuando lo recuerdes y como fue durante el lapso en que lo habías olvidado.
Los Pensamientos de Dios están mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio y su resplandor es eterno. No están esperando a nacer sino a que se les dé la bienvenida y se les recuerde. El Pensamiento que Dios abriga de ti es como una estrella inmutable en un firmamento eterno. Se encuentra tan alto en el Cielo que aquellos que se encuentran fuera del Cielo no saben que está allí. No obstante, brillará por toda la eternidad sereno, puro y hermoso. En ningún momento ha dejado de estar allí, ni ha habido jamás un instante en que su luz se haya atenuado o haya perdido su perfección.
El que conoce al Padre conoce esta luz, pues Él es el eterno firmamento que la mantiene a salvo, por siempre elevada y firmemente anclada. La perfecta pureza de esa luz no depende de si se ve en la tierra o no. El firmamento la envuelve y la mantiene dulcemente en su perfecto lugar, el cual está tan lejos de la tierra como la tierra lo está del Cielo. No es la distancia ni el tiempo lo que hace que esta estrella sea invisible desde la tierra. Mas aquellos que andan en pos de ídolos no pueden saber que la estrella está ahí.
Más allá de todo ídolo se encuentra el Pensamiento que Dios abriga de ti. Este Pensamiento no se ve afectado en modo alguno por la confusión y el terror del mundo, por los sueños de nacimiento y muerte que aquí se tienen, ni por las innumerables formas que el miedo puede adoptar, sino que, sin perturbarse en lo más mínimo, sigue siendo tal como siempre fue. Rodeado de una calma tan absoluta que el estruendo de batallas ni siquiera llega hasta él, dicho Pensamiento descansa en la certeza y en perfecta paz. Tu única realidad se mantiene a salvo en él, completamente inconsciente del mundo que se postra ante ídolos y no conoce a Dios. El Pensamiento que Dios abriga de ti, completamente seguro de su inmutabilidad y de que descansa en su eterno hogar, nunca ha abandonado la Mente de su Creador, al que conoce tal como su Creador sabe que dicho Pensamiento se encuentra en Su Propia Mente.
¿Dónde podría existir el Pensamiento que Dios abriga de ti sino donde tú te encuentras? ¿Podría acaso tu realidad ser algo aparte de ti y encontrarse en un mundo que le es completamente desconocido? Fuera de ti no hay firmamento eterno, ni estrella inmutable, ni realidad alguna. La mente del Hijo del Cielo, en el Cielo está, pues ahí la Mente del Padre y la del Hijo se unieron en la creación, la cual no tiene fin. Tú no tienes dos realidades, sino una sola, y no puedes ser consciente más que de una. Tu realidad es o bien un ídolo, o bien el Pensamiento que Dios abriga de ti. No olvides, por lo tanto, que los ídolos tienen que mantener oculto lo que tú eres, no de la Mente de Dios, sino de la tuya. La estrella sigue brillando y el firmamento jamás ha cambiado. Mas tú el santo Hijo de Dios, no eres consciente de tu realidad.
Capítulo 30 Sección III