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Lectura del mes

Tu Resurreccion ha llegado

Esta semana empieza con ramos y termina con azucenas, el signo puro y santo de que el Hijo de Dios es inocente. No permitas que ningún signo lúgubre de crucifixión se interponga entre la jornada y su propósito, entre la aceptación de la verdad y su expresión. Esta semana celebramos la vida, no la muerte. Y honramos la perfecta pureza del Hijo de Dios, no sus pecados. Hazle a tu hermano la ofrenda de las azucenas, no la de una corona de espinas; el regalo del amor, no el "regalo" del miedo. Te encuentras a su lado, con espinas en una mano y azucenas en la otra, indeciso con respecto a cuál le vas a dar. Únete a mí ahora, deshazte de las espinas y, en su lugar, ofrécele las azucenas. Lo que quiero esta Pascua es el regalo de tu perdón, que tú me concedes y yo te devuelvo. No podemos unirnos en la crucifixión ni en la muerte. Ni tampoco puede consumarse la resurrección hasta que tu perdón descanse sobre Cristo, junto con el mío. Una semana es poco tiempo, sin embargo, la Semana Santa simboliza la jornada que el Hijo de Dios emprendió. Él comenzó con el signo de la victoria, la promesa de la resurrección, la cual ya se le había concedido. No dejes que caiga en la tentación de la crucifixión ni que se demore allí. Ayúdale a seguir adelante en paz más allá de ella, con la luz de su propia inocencia alumbrando el camino hacia su redención y liberación. No le obstruyas el paso con clavos y espinas cuando su redención está tan cerca. Deja, en cambio, que la blancura de tu radiante ofrenda de azucenas lo acelere en su camino hacia la resurrección.

Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. Mas tú confieres poder según las leyes de este mundo interpretan lo que es dar: al dar, pierdes. No obstante, no es a ti a quien corresponde conferir poder a nada. Todo poder es de Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo que sabe que al dar no puedes sino ganar, lo revive. Él no le confiere poder alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le confiere poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte, la aflicción y el dolor. Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Espíritu Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. Así es como te mantiene a salvo de ellas. Al no tener ninguna ilusión acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente pone todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. Lo que no es verdad Él ni lo ha recibido ni lo ha dado.

El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a éste y donde ni ellos ni su fuente podrían tener acceso. Y en esto reside tu necesidad de no ver pecado en tu hermano. El Cielo se encuentra en él. Si ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. Contémplalo tal como es, no obstante, y lo que es tuyo irradiará desde él hasta ti. Tu salvador te ofrece sólo amor, pero lo que recibes de él depende de ti. Él tiene el poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia salvación. Y lo mismo sucede con la tuya. La salvación es una lección en dar, tal como la interpreta el Espíritu Santo. La salvación es el re-despertar de las leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.

Puedo abandonar este mundo completamente, si así lo decido. No mediante la muerte, sino mediante un cambio de parecer con respecto al propósito del mundo. Si creo que tal como lo veo ahora tiene valor, así seguirá siendo para mí. Mas si tal como lo contemplo no veo nada de valor en él, ni nada que desee poseer, ni ninguna meta que anhele alcanzar, entonces ese mundo se alejará de mí. Pues no habré intentado reemplazar la verdad con ilusiones.

Padre, mi hogar aguarda mi feliz retorno. Tus Brazos están abiertos y oigo Tu Voz. ¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo?

Cap. 20 S. I y IV Lec. 226

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