Tu Resurreccion ha llegado
Esta semana empieza con ramos y termina con azucenas, el signo puro y santo de que el Hijo de Dios es inocente.
Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. Mas tú confieres poder según las leyes de este mundo interpretan lo que es dar: al dar, pierdes. No obstante, no es a ti a quien corresponde conferir poder a nada. Todo poder es de Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo que sabe que al dar no puedes sino ganar, lo revive. Él no le confiere poder alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le confiere poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte, la aflicción y el dolor. Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Espíritu Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. Así es como te mantiene a salvo de ellas. Al no tener ninguna ilusión acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente pone todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. Lo que no es verdad Él ni lo ha recibido ni lo ha dado.
El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a éste y donde ni ellos ni su fuente podrían tener acceso. Y en esto reside tu necesidad de no ver pecado en tu hermano. El Cielo se encuentra en él. Si ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. Contémplalo tal como es, no obstante, y lo que es tuyo irradiará desde él hasta ti. Tu salvador te ofrece sólo amor, pero lo que recibes de él depende de ti. Él tiene el poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia salvación. Y lo mismo sucede con la tuya. La salvación es una lección en dar, tal como la interpreta el Espíritu Santo. La salvación es el re-despertar de las leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.
Puedo abandonar este mundo completamente, si así lo decido. No mediante la muerte, sino mediante un cambio de parecer con respecto al propósito del mundo. Si creo que tal como lo veo ahora tiene valor, así seguirá siendo para mí. Mas si tal como lo contemplo no veo nada de valor en él, ni nada que desee poseer, ni ninguna meta que anhele alcanzar, entonces ese mundo se alejará de mí. Pues no habré intentado reemplazar la verdad con ilusiones.
Padre, mi hogar aguarda mi feliz retorno. Tus Brazos están abiertos y oigo Tu Voz. ¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo?
Cap. 20 S. I y IV Lec. 226