Te encuentras en un jardín de Amor.
El Pensamiento de Dios rodea tu mísero reino y espera ante la barrera que construiste, deseoso de entrar y de derramar su luz sobre el terreno yermo. ¡Mira cómo brota la vida por todas partes! El desierto se convierte en un jardín lleno de verdor, fértil y plácido, ofreciendo descanso a todos los que se han extraviado y vagan en el polvo. Ofréceles este lugar de refugio, que el amor preparó para ellos allí donde antes había un desierto.
Y todo aquél a quien le des la bienvenida te brindará el amor del Cielo. Entran de uno en uno en ese santo lugar, pero no se marchan solos, que fue como vinieron. El amor que trajeron consigo les acompañará siempre, al igual que a ti. Y bajo su beneficencia tu pequeño jardín crecerá y acogerá a todos los que tienen sed de agua viva, pero están demasiado exhaustos para poder seguir adelante solos.
Cada día, y cada minuto de cada día, y en cada instante de cada minuto, no haces sino revivir ese instante en el que la hora del terror ocupó el lugar del amor. Y así mueres cada día para vivir otra vez, hasta que cruces la brecha entre el pasado y el presente, la cual en realidad no existe. Esto es lo que es toda vida: un aparente intervalo entre nacimiento y muerte y de nuevo a la vida; la repetición de un instante que hace mucho que desapareció y que no puede ser revivido. Y el tiempo no es otra cosa que la creencia demente de que lo que ya pasó todavía está aquí y ahora.
El Amor no abriga resentimientos.
El Amor de Dios me rodea.
Padre, estás delante y detrás de mí, a mi lado, allí donde me veo a mí mismo y dondequiera que voy. Estás en todo lo que contemplo, en los sonidos que oigo y en cada mano que busca la mía. En Ti el tiempo desaparece, y la idea del espacio se vuelve una creencia absurda. Pues lo que rodea a Tu Hijo y lo mantiene a salvo es el Amor Mismo. No hay otra fuente que ésa, y no hay nada que no comparta Su santidad, nada que se encuentre aparte de Tu única creación o que carezca del Amor que envuelve a todas las cosas dentro de Sí. Padre, Tu Hijo es como Tú. Hoy apelamos a Ti en Tu Propio Nombre, para estar en paz dentro de Tu eterno Amor.
Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. Ésta es la plegaria de la salvación. ¿No deberíamos acaso unirnos a lo que ha de salvar al mundo y a nosotros junto con él?
Deja que la idea de hoy, el Amor de Dios es mi sustento, se adentre muy hondo en tu conciencia.
Repítela, reflexiona sobre ella, deja que pensamientos afines vengan a ayudarte a reconocer su verdad, y permite que la paz se extienda sobre ti como un manto de protección y seguridad. No permitas que ningún pensamiento vano o necio venga a perturbar la santa mente del Hijo de Dios. Tal es el Reino de los Cielos. Tal es el lugar de descanso donde tu Padre te ubicó eternamente.
El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo.
Si el Amor te creó a semejanza de Su Propio Ser, ese Ser tiene que estar en ti.
Y tiene que estar en alguna parte de tu mente donde tú lo puedas encontrar.
No hay nada en todo el universo que no te pertenezca. No hay nada que Dios haya creado que Él no haya puesto amorosamente ante ti para que sea tuyo para siempre. Y ningún Pensamiento que se encuentre en Su Mente puede estar ausente de la tuya. Su Voluntad es que compartas con Él Su Amor por ti y que te contemples a ti mismo tan amorosamente como Él te concibió antes de que este mundo diera comienzo, y como todavía te conoce. Dios no cambia de parecer con respecto a Su Hijo por razón de circunstancias pasajeras que no tienen ningún significado en la eternidad en la que Él mora y en la que tú moras con Él. Tu hermano es exactamente tal como Él lo creó. Y esto es lo que te salva de un mundo que Él no creó.
Y ahora sólo te pide que pienses en Él por un rato cada día, para que pueda dialogar contigo y hablarte de Su Amor, recordándote cuán grande es Su Confianza, cuán infinito Su Amor. En tu nombre y en el Suyo, que son el mismo, gustosamente practicamos con este pensamiento.